Un arquitecto diseña una casa, dirige su construcción, firma el
fin de obra, cobra y sanseacabó, a otro tajo a ganarse el jornal. Un
músico graba una canción, cobra los royalties convenidos con su empresa
discográfica… y no sanseacabó. Puede sentarse tranquilamente en su
sillón y mientras tanto, según la fortuna, forrarse hasta las orejas.
Sale su canción en la radio, ¡clink!, suena la caja registradora; la
tocan en una boda, ¡clink!, suena la caja registradora; se oye en una
discoteca, ¡clink!, suena la caja registradora; se baila en una verbena,
¡clink!, suena la caja registradora; salta en una peluquería, ¡clink!,
suena la caja registradora; aparece en una película, ¡clink!, suena la
caja registradora; de nuevo en una discoteca, ¡clink!, suena la caja
registradora; de nuevo en la radio, ¡clink!, suena la caja registradora;
de nuevo en una discoteca, ¡clink!, suena la caja registradora, que el
mismo músico sale a cantarla a un escenario, ¡clink!, suena la caja
registradora… y así ad infinitum. Y menos mal que ya ha desaparecido el
canon digital, que si no otro buen pellizco. Mientras el arquitecto ya
debe andar por el quinto o sexto tajo, el músico puede seguir fumándose
un puro bien arrellanado en su sillón mientras su cartera se infla de
billetes. Esto son los derechos de autor, o sea, la SGAE, el pago, el
copago, el repago y el requetepago por algo que ya se ha cobrado al
principio, al grabar un disco. Desconozco un oficio de a pie donde se
produzca esta ganancia viral tan cómoda. Perdón por la autocita, pero
por ilustrar directamente el comentario: uno también es autor, escribió
dos libros en su día, se me abonó lo estipulado y, sí, sanseacabó. ¿Por
qué no lo mismo un músico cuando graba un disco? Trabajo hecho, trabajo
pagado, como cualquier currito. Otra cosa es que luego alguien quiera
tocar o grabar su canción: se pide permiso y punto.
Es algo absolutamente impresentable. La SGAE nació hace ya más de un siglo para defenderse los autores de los voraces intermediarios con los teatros y salas musicales, y cuando la música se ‘vendía’ a través de partituras y no de grabaciones. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, son otros tiempos, otros métodos y no digamos otras tecnologías. Pero lo más insólito es que la SGAE funcione como una agencia tributaria al margen del Estado, una agencia privada que recauda en radios, discográficas, peluquerías, discotecas, bares, bodas, bautizos, comuniones, fiestas patronales, tiendas informáticas y lo que se tercie, y que luego reparte en función de las veces que suenen las canciones de sus asociados. ¿Pero cómo se mide eso? Por mucho que digan que tienen un sistema afinado, es imposible hacerlo exactamente. En consecuencia, el reparto no puede ser nunca equitativo, imposible. En una ocasión, en su segunda visita a la ciudad, pregunté a un grupo sueco si había cobrado su correspondiente cuota de la SGAE por la primera vez que tocó en Zaragoza. La respuesta fue tajante: “¿Qué es eso? Ni una corona”. Saquen conclusiones.
Hoy ha ganado las elecciones para presidir este anacrónico ente un viejo conocido de la afición ochentera, Antón Reixa, antaño provocador, rebelde e inconformista, miembro de las Fuerzas Atroces del Noroeste y, llevado de su coña gallega, encandilado por Paloma Gómez Borrero, “la sex symbol más apetecible que ha lanzado TVE”, según me confesaba en 1986 en una entrevista, y hoy domeñado por la edad y el olvido musical. Asegura que va a desterrar la opulencia (la de Teddy) pero ya confiesa sin rubor que su sueldo, sin dedicación exclusiva, no ha de superar los 70.000 euros al año, lo cual es tanta opulencia como la del excanario, según se mire. Esa cantidad, desde luego, él no la cobrará hoy haciendo bolos o grabando discos porque ya no lo escucha ni el tato. ‘Galicia caníbal’ quedó en el trastero hace muchos años. ¡Qué casualidad, por cierto, que muchos de los que andan rondando un puesto en la casa o ya lo han ocupado son viejas glorias venidas a menos! Lo propio sería que quienes están en candelero fuesen los que -ellos o gestores suyos-, presidieran la entidad y vigilasen el reparto, porque a ver a estas alturas de tiempos qué le puede llegar a Reixa y correligionarios por sus derechos de autor si ya no dan palo al agua y sus canciones no se oyen ni en la verbena.
La SGAE es un puro anacronismo y a la vez una afrenta para el resto de gremios, desde arquitectos a carniceros, matriceros, periodistas, médicos, barberos, ferrallistas, tenderos, pensionistas, mediopensionistas… y todos los gremios de curritos habidos y por haber que cobran una sola vez por su trabajo y no ad infinitum. Su destino, el de la SGAE, no es el circo tan escandalosamente divertido que han montado algunos de sus miembros en estos últimos tiempos, con Teddy de cabeza de cartel, ni la refundación, como ahora dicen para tapar vergüenzas recientes, sino el cierre inmediato, ya, y su desaparición. Su existencia en estos tiempos no tiene explicación ni el más mínimo fundamento, por mucha normativa que aireen los que viven dentro del tenderete, esos voraces beneficiarios del cobro viral y del hasta hace poco ominoso canon digital. No tendrá bemoles Wert de atreverse.la voz de mi amo.copio y pego
Es algo absolutamente impresentable. La SGAE nació hace ya más de un siglo para defenderse los autores de los voraces intermediarios con los teatros y salas musicales, y cuando la música se ‘vendía’ a través de partituras y no de grabaciones. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, son otros tiempos, otros métodos y no digamos otras tecnologías. Pero lo más insólito es que la SGAE funcione como una agencia tributaria al margen del Estado, una agencia privada que recauda en radios, discográficas, peluquerías, discotecas, bares, bodas, bautizos, comuniones, fiestas patronales, tiendas informáticas y lo que se tercie, y que luego reparte en función de las veces que suenen las canciones de sus asociados. ¿Pero cómo se mide eso? Por mucho que digan que tienen un sistema afinado, es imposible hacerlo exactamente. En consecuencia, el reparto no puede ser nunca equitativo, imposible. En una ocasión, en su segunda visita a la ciudad, pregunté a un grupo sueco si había cobrado su correspondiente cuota de la SGAE por la primera vez que tocó en Zaragoza. La respuesta fue tajante: “¿Qué es eso? Ni una corona”. Saquen conclusiones.
Hoy ha ganado las elecciones para presidir este anacrónico ente un viejo conocido de la afición ochentera, Antón Reixa, antaño provocador, rebelde e inconformista, miembro de las Fuerzas Atroces del Noroeste y, llevado de su coña gallega, encandilado por Paloma Gómez Borrero, “la sex symbol más apetecible que ha lanzado TVE”, según me confesaba en 1986 en una entrevista, y hoy domeñado por la edad y el olvido musical. Asegura que va a desterrar la opulencia (la de Teddy) pero ya confiesa sin rubor que su sueldo, sin dedicación exclusiva, no ha de superar los 70.000 euros al año, lo cual es tanta opulencia como la del excanario, según se mire. Esa cantidad, desde luego, él no la cobrará hoy haciendo bolos o grabando discos porque ya no lo escucha ni el tato. ‘Galicia caníbal’ quedó en el trastero hace muchos años. ¡Qué casualidad, por cierto, que muchos de los que andan rondando un puesto en la casa o ya lo han ocupado son viejas glorias venidas a menos! Lo propio sería que quienes están en candelero fuesen los que -ellos o gestores suyos-, presidieran la entidad y vigilasen el reparto, porque a ver a estas alturas de tiempos qué le puede llegar a Reixa y correligionarios por sus derechos de autor si ya no dan palo al agua y sus canciones no se oyen ni en la verbena.
La SGAE es un puro anacronismo y a la vez una afrenta para el resto de gremios, desde arquitectos a carniceros, matriceros, periodistas, médicos, barberos, ferrallistas, tenderos, pensionistas, mediopensionistas… y todos los gremios de curritos habidos y por haber que cobran una sola vez por su trabajo y no ad infinitum. Su destino, el de la SGAE, no es el circo tan escandalosamente divertido que han montado algunos de sus miembros en estos últimos tiempos, con Teddy de cabeza de cartel, ni la refundación, como ahora dicen para tapar vergüenzas recientes, sino el cierre inmediato, ya, y su desaparición. Su existencia en estos tiempos no tiene explicación ni el más mínimo fundamento, por mucha normativa que aireen los que viven dentro del tenderete, esos voraces beneficiarios del cobro viral y del hasta hace poco ominoso canon digital. No tendrá bemoles Wert de atreverse.la voz de mi amo.copio y pego